Hasta no hace mucho, todas las iniciativas verdes en las empresas parecían salir de sus departamentos de responsabilidad social corporativa. Las compañías hacían donaciones a organismos de protección de la naturaleza, se lanzaban a campañas de reforestación o limpieza de hábitats o creaban iniciativas de concienciación sobre reciclaje.
Sin embargo, las cosas han cambiado de forma notable en los últimos años. Las iniciativas verdes han pasado de ser un extra que ayudaba a las compañías a quedar bien ante sus consumidores a ser una parte integral de cómo hacen negocios.
En ese salto para ser empresas mucho más responsables también ha entrado la gestión energética, que se ha convertido en un aspecto más de lo que deben cambiar en estrategia de negocio. No se trata de apagar las luces o de contratar energía limpia. Hay que hacer un proceso de transición energética que abarque todas las áreas, por múltiples razones.
Uno de los puntos clave está en los propios consumidores. En los últimos años, se ha producido el boom del consumidor concienciado, un comprador que basa sus decisiones también en lo que las marcas y las empresas hacen. Esto es, premia a aquellas compañías con valores, a las que tienen un impacto positivo en el bien común o a las que se preocupan por reducir la huella medioambiental de sus productos.
Además, quieren que el trabajo de las organizaciones por ser mejores no se limite a lo superficial. No se trata de usar packaging reciclable o plantar árboles en algún bosque durante el Día de la Tierra. Las compañías deben mostrar su compromiso de un modo transversal y en todas las áreas de su negocio, consumo de energía incluido.
Un estudio de Intrum acaba de señalar, por ejemplo, que 4 de cada 10 españoles ya está limitado cómo gasta y en qué por temas de sostenibilidad: consumen menos. Una cantidad similar de consumidores (más si se pone el foco en los consumidores más jóvenes) prefiere consumir productos éticos.
Por tanto, ya no se trata solo de algo que impacte a los resultados del departamento de marketing o del de comunicación, sino de algo que afecta directamente al ROI de la empresa y a sus beneficios.
Igualmente, y muy vinculado con este último punto, la eficiencia energética es un elemento clave para la eficiencia de negocio. La sostenibilidad es importante no solo en cuestión de valor, sino también en estrategia de empresa. Las compañías necesitan ser muy eficientes en términos de gasto y reducir todo aquello que no sea necesario.
La pasada crisis nos enseñó la importancia de llevar unas cuentas saneadas y de reducir todos aquellos despilfarros superfluos o evitables. Teniendo en cuenta que los analistas dan por seguro que el fin de la crisis del coronavirus nos traerá una nueva crisis económica, este punto se vuelve a convertir en destacado. Las organizaciones no se pueden permitir el despilfarro de recursos y de presupuestos.
Una gestión energética eficiente no solo es más verde, también es más eficiente en términos de negocio. La transición energética, como bien sabemos en Balantia, implica no solo dar el salto a energías más verdes y más respetuosas y cumplir con los ODS marcados por la ONU, sino también la digitalización de la red energética (lo que permite controlarla y conocerla mejor gracias al caudal de datos que genera), el diseño de patrones de consumo más eficaces o la integración de pautas mucho más sostenibles a todos los niveles (por ejemplo, potenciando la conexión con sistemas de transporte público) que mejorarán el impacto más allá de la propia empresa.
Los planes de la UE para 2020 implicaban, por ejemplo, alcanzar un ahorro de energía de un 20%. Una estimación de hace un par de años de la New Climate Economy señalaba que el ahorro que podría tener hasta 2030 a nivel mundial la transición energética podría llegar a los 26 billones de dólares (trillones americanos).